Navegábamos este verano durante el mes de agosto, cuatro amigos al oeste del Algarve, hacia
Gibraltar. Llevábamos muchísimas millas a cuestas y bastante cansancio
acumulado, pues la navegación por el Atlántico no había sido
tranquila. Ese día acabábamos de doblar por la tarde el cabo de San
Vicente con gran satisfacción y entusiasmo por cambiar radicalmente el
rumbo al Este, hacia el Mediterráneo. Avanzábamos a buen ritmo con
suave viento de través y todo el trapo desplegado, alejados unas 6
millas de la costa, mientras poco a poco fue cayendo la noche. Todavía
nos faltaban varias horas de navegación hasta llegar a Faro en donde
fondearíamos protegidos en las aguas del puerto para pernoctar.
El tiempo era muy bueno y despejado
aunque no se veía mucho tras la puesta del sol, pues no había luna.
Estábamos los cuatro de charla en la bañera picando algunos frutos
secos para matar el hambre, ya que la cena se alargaría hasta que
llegáramos a destino, cuando empezamos a observar que a ambas amuras
se producían como chispazos luminosos en forma de zig-zag y de uno o
dos metros de longitud. Eran muy frecuentes y se producían cada 3 o 4
segundos. Pensamos que se trataría de algún pez o animal marino que
asustado por el avance del casco de nuestro barco se alejaba de
nosotros quedando el trazo iluminado por el intenso fitoplacton que
debía existir en esa zona de navegación.
Cada vez eran más intensos los
pequeños relámpagos cuando de repente vimos con total nitidez la forma
de un delfín recreada por multitud de finas hebras fosforescentes
iluminando bajo el agua la forma de su cuerpo. Parecía como en un ‘Comic’,
cuando los dibujantes quieren dar la sensación de movimiento, pintando
muchas líneas que quedan rezagadas. Se notaba a la perfección su
contorno, con su cabeza, aletas, la redondez de su cuerpo y sus
aletas. Luego fueron dos, tres, varios más, y toda una manada de
delfines rodeando el velero y saltando a nuestro alrededor con un
increíble y mágico efecto de luces verdes bioluminiscentes.
El espectáculo era mágico y magnífico. Todos
estábamos entusiasmados, colgados en la proa de los guardamancebos,
gritando y dando palmas para atraer a los curiosos delfines que nos
acompañaron con sus impresionante efectos luminosos durante unos
buenos diez minutos. Presenciábamos exaltados un espectáculo de
plasticidad y belleza perfecta. Miles de hilos luminosos envolviendo
la forma de tan bella criatura, que de vez en cuando y repentinamente
saltaban del agua, dejando ver su perfil grisáceo y brillante
envueltos en la noche oscura.
Cuando todo acabó, nos sentimos
extasiados por haber asistido a una experiencia tan enriquecedora. Las pocas y tranquilas horas de navegación que quedaban hasta nuestro
destino transcurrieron con gran sensación de paz y agradecimiento al
sentirnos privilegiados por haber podido contemplar tan rara y bella
experiencia.